DERECHOS PARA TODAS LAS PROSTITUTAS

Tras leer el artículo de Gimeno y Zugasti «Derechos para las prostitutas. ¿Para todas?», nos vemos en la obligación de escribir este artículo, para señalar las mentiras que repite acerca de nuestro movimiento político.

En primer lugar, hace una crítica a la institución del matrimonio: «Imaginemos por un momento que al intentar hacer una crítica al matrimonio se nos dijera que la única aproximación política posible es dar voz a aquellas personas que quieren casarse o que no podemos criticar el matrimonio porque las vidas de muchas mujeres en el mundo dependen, precisamente, de que lo contraigan».

Las trabajadoras sexuales llevamos bastante tiempo esperando que el «feminismo radical» haga una crítica tan férrea al matrimonio como la que hace de la prostitución. Entre otras cosas porque, según la OIT, las cifras de mujeres y niñas en matrimonios forzosos a nivel mundial triplican las víctimas de prostitución forzosa (1).

También nos sorprende esta afirmación, teniendo en cuenta que, cuando se aprobó el matrimonio igualitario, Gimeno escribió un artículo en su web en el que, haciendo un claro ejercicio de eurocentrismo, decía lo siguiente: “España es el punto de mira de toda Iberoamérica. Y la homofobia en América Latina es asesina, provoca decenas de muertos cada año, y el saber que aquí hemos conseguido la igualdad legal va a ser sin duda muy importante» (2). En otras palabras: validar una institución heteropatriarcal tiene cabida cuando se trata de preservar algunas vidas, pero no siempre. Depende de cuál sea el estigma que se pretende cuestionar.

Hay que destacar que, una vez más, pone en valor el compromiso: “conseguir que sus relaciones afectivas, de vida, de compromiso, que no sexuales, reciban los mismos derechos que reciben los matrimonios heterosexuales”. Lo mismo hace en La prostitución, cuando lo opone a la “banalización del sexo”. No alcanzamos a comprender cuál es su contestación radical al heteropatriarcado, cuando el compromiso (valor que proviene del matrimonio) ha sido la única manera por la que, durante milenios, las mujeres hemos sido tenidas en cuenta socialmente.

El artículo también apela al manido recurso de que sólo se escucha a unas pocas mujeres que nos dedicamos al trabajo sexual. Olvida que las activistas proderechos trabajamos en muy diversos ámbitos del trabajo sexual. El movimiento proderechos lo conformamos algunas euroblancas privilegiadas que podremos huir de la violencia «abolicionista» el día en que aprueben esa ley e irnos a trabajar a otros países del espacio Schengen, mientras que la mayoría tendrán que quedarse a padecer las consecuencias de la criminalización. Pero también están en él personas que trabajan o han trabajado en clubs, mujeres migrantes y trabajadoras que captan la clientela en la calle. Estas últimas llevan ya años viviendo las consecuencias de unas políticas que las multan, las pauperizan y fomentan los tratos vejatorios de la policía en pro de la «igualdad». Poco hemos oído clamar al abolicionismo en contra de estos atropellos. ¿Será que no podían instrumentalizarlos?

Además, nuestro movimiento lo conforman personas que trabajan en la academia, en el ámbito de la Psicología, Derecho, Antropología o Filosofía, así como miembros de asociaciones que acompañan tanto a trabajadoras sexuales como a víctimas de trata.

Quizás seamos pocas y, por eso, se nos tacha de poco representativas. Sin embargo, no podemos olvidar que el motivo por el que la inmensa mayoría de trabajadoras sexuales no da la cara es por el estigma: un estigma que dinamita nuestra vida privada y que personas como las autoras de este artículo alimentan, en su pretensión de invalidarnos. Es bastante perverso fomentar un discurso que provoca el miedo y la ocultación de muchas mujeres y, al mismo tiempo, poner en duda a las que lo superamos por ser pocas.

Asimismo, no quisiéramos dejar de citar a Beatriz Gimeno; en concreto, la p.158 de su libro: «En la vida real, sostener que ninguna mujer puede escoger ser prostituta es difícil cuando muchas de ellas afirman haberlo hecho. No escuchar a estas mujeres, comportarse ante ellas como si lo que dicen, su experiencia o sus opiniones, no tuviera ningún valor es contradictorio con un feminismo que siempre ha mantenido que hay que creer y valorar la experiencia y la opinión de las mujeres». Y, sin embargo, con qué facilidad se invalida nuestra experiencia y opinión, cuando no coincide con su moral.

El artículo también afirma que se les pide que dejen de cuestionar una institución que reproduce el machismo, el clasismo y el racismo. No: la prostitución no reproduce estas dinámicas, sino que es fruto de un sistema racista, machista y clasista. Si no hubiera una ley de extranjería que vetase la entrada de las personas en situación irregular al mercado de trabajo formal, muchas mujeres tendrían más opciones. Si los trabajos feminizados estuvieran mejor valorados económicamente, el número de trabajadoras sexuales se vería reducido. Si hubiera igualdad de oportunidades y un mayor escudo social, habría menos mujeres en el trabajo sexual. Afirmar que hay mujeres y niñas en la prostitución porque la prostitución existe es una tautología difícil de sostener en un análisis pretendidamente anticapitalista. Y decimos «pretendidamente» porque las autoras no tienen el mismo problema con los trabajos de cuidados: les basta con mejorar sus condiciones salariales. ¿Es que acaso esos empleos no fomentan la división sexual del trabajo y el rol de las mujeres como cuidadoras? ¿Lo que importa es el machismo y el capitalismo o el sexo y la moral?

Volvamos a citar a Gimeno (p.160): «negar a las mujeres que se dedican a la prostitución su capacidad de agencia, de resistencia, no tiene sentido; sorprende que las teorías del consentimiento se traten de aplicar casi únicamente a las mujeres que se dedican a la prostitución y no a las obreras que trabajan, por ejemplo, en las maquilas, o a las mujeres que trabajan en el servicio doméstico en condiciones de desigualdad respecto a otras trabajadoras».

Las autoras también afirman que «se nos pide que asumamos la libertad negativa del capitalismo». Esto, simplemente, no es verdad. Las trabajadoras sexuales jamás hemos proclamado el mito de la libre elección, el cual es una invención abolicionista. Nosotras hemos vivido en primera persona todos los condicionantes que llevan a las mujeres al trabajo sexual. Llevamos denunciando la desigualdad estructural y reclamando alternativas laborales para quienes quieran abandonar la prostitución desde bastante antes que las autoras de la LOASP decidieran, en noviembre de 2019, redactar una ley que incluiría esas medidas sociales. Nosotras jamás hemos hablado de una libertad individual al margen de la libertad colectiva. Por otro lado, nos preguntamos por qué las abolicionistas, que reclaman «ingentes cantidades de dinero» para recorridos de salida de la prostitución, callan, con complicidad, cuando la repartición del Plan Camino vuelve a beneficiar a APRAMP. Son de sobras conocidos los malos tratos que esta entidad propinó a sus usuarias, hasta el punto que muchas de ellas decidían volver a la prostitución (4). Tampoco entendemos su silencio cuando otro de los beneficiarios del Plan Camino, Médicos del Mundo -que recibió 8 millones-, es denunciado por haber pedido favores sexuales a las usuarias a cambio de hacerles los trámites administrativos; es decir, por hacer su trabajo. Cabe destacar que la organización sólo se animó a denunciarle cuando las afectadas amenazaron con hacerlo público (5). Tampoco comprendemos por qué se destina una parte de esos fondos a publicidad y programas de concienciación, cuando se supone que son para generar salidas laborales. Hay que destacar también que no se han visto resultados del Plan Camino, más allá de sostener la industria del rescate: ni siquiera cuando las compañeras precarizadas por la ley que prohíbe nuestra publicidad han ido a buscar ayuda (6)

Echamos de menos que el anticapitalismo de ciertas autoras tenga efectos prácticos y no sea un conjunto de argumentos teóricos. Por otro lado, ¿desde qué anticapitalismo se puede preferir que las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad no tengamos derechos? Toda la clase obrera da su consentimiento en condiciones de desigualdad. Sería un absurdo negar sus derechos para acabar con el capitalismo o las clases sociales.

Por ese mismo motivo, las trabajadoras sexuales que, por un motivo u otro, decidimos ejercer, necesitamos de una legislación que nos respalde. Puesto que (y he aquí otra de las mentiras del artículo): la prostitución NO es la única macroempresa en la que está mal visto criticar al explotador. Nosotras, que conocemos de sobras la imposición de horarios, clientes y condiciones abusivas, sabemos que la indefensión legal no va a conducir a la igualdad, ni para nosotras, ni para el resto de mujeres. Y así lo demuestra el caso de Evelyn Rochel (3)

Así, cuando las autoras dicen que siempre habrá una mujer más pobre que un hombre a la que éste pueda prostituir y que la última de la fila será siempre una mujer, la pregunta es: ¿instrumentalizamos su desamparo para defender nuestra moral o le damos derechos con los que defenderse de las injusticias, así como la posibilidad de escoger cómo quiere sobrevivir a su pobreza? ¿La tratamos como a un sujeto o somos nosotras las que la ponemos en la condición de objeto, llamándola «mercancía»? ¿Hacemos que sus derechos dependan de si su conducta sexual coincide con nuestra moral?

Lo que jamás comportará la emancipación feminista es la jerarquización de las mujeres en función de nuestra conducta sexual, la división entre dignas e indignas. No olvidemos que, cuando el franquismo se declaró abolicionista, lo hizo «para velar por la dignidad de la mujer». Gimeno arguye que el abolicionismo se respalda en ideas morales, al igual que cualquier posicionamiento político. Sin embargo, el problema no es tener una moral o que nuestras concepciones de la vida buena dependan de ésta: lo que es incompatible con la justicia es hacer, de la moral particular, un imperativo universal que anteponga la utopía a las consecuencias prácticas en la vida de mujeres estigmatizadas.

Además, el planteamiento por el que hay que acabar con la prostitución porque es «la guarida de la masculinidad hegemónica» carece de sentido. En este heteropatriarcado capitalista, las mujeres seguimos asistiendo a distintas violencias: entre ellas, los feminicidios, la violencia de género, la violencia sexual, la brecha salarial, la violencia obstétrica y la «objeción de conciencia» confrontada con nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y embarazos. Decir que la masculinidad hegemónica necesita de la prostitución como válvula de escape a un feminismo que la amenaza es buscar, mediante la autocomplacencia, tener más autoridad que nosotras y poder tutelarnos. Asimismo, es tan falaz como decir que la masculinidad hegemónica se ve siente «acosada por los recortes neoliberales». Y tan falaz también como describir la prostitución como una adormecedora de los movimientos revolucionarios. La misma Gimeno, en la p.139 de su libro, explica cómo la Revolución Industrial hizo proliferar la prostitución intermitente entre las mujeres obreras. Contratar servicios de prostitución no fue un factor contrario a que los obreros se organizaran en la lucha por sus derechos.

En cuanto a por qué no hay tanta oferta de prostitución masculina, el motivo lo podemos encontrar en la socialización heteropatriarcal de las mujeres, en el sexo con amor como única posibilidad legítima. Por eso, los hombres pobres, al no contar con un nicho de mercado en la prostitución, delinquen. Cabría preguntarse si acabar en la cárcel por sobrevivir es un privilegio de género.

Por último, afirmar que la dspenalización ignora el papel de puteros y proxenetas es otra deformación de nuestro movimiento. La legislación de Nueva Zelanda, pionera en este modelo, reconoce el derecho de la trabajadora, por ejemplo, a retirar su consentimiento. Podemos poner como ejemplo el caso de una trabajadora sexual que fue indemnizada por haber padecido acoso sexual por parte de su empleador (7). En Nueva Zelanda se contó con las trabajadoras sexuales a la hora de redactar la ley. En el prohibicionismo anterior a la ley, los clientes acudían a salones de masajes, donde pagaban por un masaje con una mujer desnuda. Este dinero era íntegro para la casa. La trabajadora sexual podía conseguir dinero a base de extras. Sin embargo, al no ser una actividad permitida, no había un tiempo de negociación previo al inicio del servicio, en que se fijaran con claridad las condiciones y tarifas. Asimismo, las trabajadoras podían ser despedidas de forma arbitraria (8). Esta situación, por supuesto, a quien beneficiaba y daba poder era a la patronal y a los clientes.

«El feminismo ha sostenido siempre que a las mujeres hay que escucharlas y creerlas. Escuchar a las mujeres que se dedican a la prostitución debería ser fundamental, lo prioritario, a la hora de establecer cualquier tipo de política que las afecte. Resulta cuando menos extraño trabajar en determinadas políticas sin escuchar siquiera a aquellas que más afectadas van a verse por esas políticas», Beatriz Gimeno, La prostitución, p.180

REFERENCIAS

(1) https://www.ilo.org/publications/major-publications/global-estimates-modern-slavery-forced-labour-and-forced-marriage

(2) https://beatrizgimeno.es/2006/01/22/matrimonio-historia-de-una-lucha/

(3) https://ctxt.es/es/20190403/Politica/25377/Paula-Sanchez-Perera-prostitucion-alterne-sentencia-tribunal-superior-de-Madrid-Evelin-Rochel.htm

(4) https://www.pikaramagazine.com/2021/10/trabajadoras-denuncian-los-metodos-de-apramp-para-sacar-a-mujeres-de-la-trata/

(5) https://www.eldiario.es/illes-balears/sociedad/juzgado-imputa-medicos-mundo-causa-abusos-sexuales-exdelegado-menorca_1_11300896.html

(6)https://zonaestrategia.net/han-conseguido-abolir-la-prostitucion-prohibiendo-nuestros-anuncios/

(7) https://www.20minutos.es/noticia/4510226/0/una-trabajadora-sexual-indemnizada-con-unos-60-000-euros-por-acoso-de-su-jefe/

(8) Abel, G y Armstrong, L. (2022). Trabajo sexual con derechos. Una alternativa de despenalización. Barcelona: Virus.

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